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La Iglesia convocó a los jóvenes a sumar al país y no «evadir la realidad cuando nos duela»

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Miles de jóvenes llegaron hasta Rosario.

EL MENSAJE AL CIERRE DEL ENCUENTRO NACIONAL DE JUVENTUD

El presidente del episcopado argentino, Oscar Ojea, clausuró una cita multitudinaria en Rosario. Habló de construir la «comunión» en la comunidad cristiana y en la sociedad, y también reiteró la condena a la legalización del aborto.

Más de 15.000 jóvenes reunidos en Rosario en ocasión del II Encuentro Nacional de Juventud compartieron en el mediodía del domingo la misa de clausura del encuentro, presidida por el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Mario Aurelio Poli, y con el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Ojea, a cargo de la homilía.

El obispo de San Isidro comenzó su prédica mencionando las “fotos del alma”, esos momentos especiales que “cuidamos y atesoramos en el corazón”, e invitó a los jóvenes a imaginar lo que habrán sentido los discípulos cuando se encontraron con Jesús por primera vez: “¿Qué les habrá dicho su mirada para que lo dejaran todo y los siguieran? ¿Qué resorte del corazón habrá tocado en ellos para que les cambie la vida tan a fondo?”, preguntó.

“Él les ofreció su intimidad. Gratuitamente. Sin condenas ni peros. Experimentaron un amor incondicional. Es como si les hubiera dicho a cada uno ‘te quiero como sos, no como pienso que deberías ser, sino como sos’. Entonces se sintieron contenidos y -al mismo tiempo- comenzaron a formar parte de un mundo nuevo y maravilloso”, relató.

Haciendo referencia al lema del encuentro, advirtió: “Nosotros hemos participado de este encuentro convocados y atraídos por Él. Con Él renovaremos la historia. Hemos venido muy necesitados de estos espacios de honda intimidad en nuestro corazón”.

“¿Cómo es la intimidad de Jesús? San Pablo nos dice que su amor es ancho, profundo y alto”, señaló, y detalló: “Es un amor en tres dimensiones, como la Trinidad: es alto como el Padre que está en el cielo; profundo como el Hijo que descendió al fondo de la historia de cada corazón y ancho como el Espíritu que lo penetra todo con su libertad y que busca ocupar todos los lugares”, afirmó.

Un mensaje por la Patria
“Hoy hablamos poco de patria porque respiramos una cultura tremendamente individualista: tengo que preocuparme sólo de mí y el resto que se arregle. Es la cultura del ‘sálvese quien pueda’, egoísta y mezquina”, lamentó, y recordó que “la Patria está mucho más allá de ser sólo un conjunto de individuos que se avienen a cumplir leyes comunes. Ella es madre, nos ha recibido en nuestra casa común y nos exige el desafío de transformarla para hacerla más equitativa, más fraterna y más cristiana. Una Patria que viva la hospitalidad esencial de la persona humana que es recibir con los brazos abiertos a todos los que están invitados al banquete de la vida y prepararles una casa digna de ser habitada. Por eso expresamos que VALE TODA VIDA”, enfatizó, recibiendo un gran aplauso de los presentes.

La tercera característica del amor de Jesús es la altura”, continuó el prelado. “Dios está saliendo continuamente de sí mismo y no se guarda nada. Él nos invita continuamente a crecer, a volar alto, a imitarlo en su entrega y aquí, la tercera palabra que nos deja Francisco: la misión”, destacó, recordando la exhortación Evangelii Gaudium: “La misión no es una parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mí ser sino quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en el mundo”.

“Qué bueno ayudarnos a que cada uno descubra la misión singular que ha venido a traer a nuestra historia y que sólo Él puede dar, y qué tarea maravillosa la de crear las condiciones para que tantos hermanos nuestros, que se ven impedidos de desarrollar sus talentos, puedan aportar a la Iglesia y a la Patria la singularidad de sus dones”, consideró.

Monseñor Ojea invitó a los jóvenes a pedirle al Señor, al concluir este Encuentro, “estar muy presentes a nuestros hermanos resistiendo la tentación de evadirnos y de mirar para otro lado cuando la realidad nos duela y nos interpele, poniendo el cuerpo a lo que se presente. Pidámosle también echar raíces en la intimidad de Jesús y de nuestro pueblo, viviendo en profunda comunión con los hermanos, haciendo frente a una cultura que no favorece la comunión, sino al aislamiento y al soledad.

«Finalmente pedimos el coraje de salir de nosotros mismos para asumir la misión que Él nos ha señalado en la Iglesia y sin la cual nuestra vida no tendría razón de ser”, concluyó, invocando la intercesión de María: “Que nosotros podamos ser como Ella, transformadores de la realidad y así renovar la historia”.