El lobby LGTBI primero estigmatiza al disidente, poniéndole el apelativo de “homófobo”, y a partir de ahí promueve legislaciones que le persigan.
Los totalitarismos no soportan al disidente, porque es un riesgo para su supervivencia.
Así vimos al régimen de Franco estigmatizar a los disidentes como traidores a la patria y al bien común; lo mismo vimos hacer al nazismo, a Stalin o a Mao Ze Dong; y en el pasado nuestros hermanos evangélicos fueron estigmatizados como “herejes” que no merecían respeto.
Y a partir de la estigmatización, se inicia la persecución de los disidentes.
El lobby LGTBI, de manera análoga, primero estigmatiza a los disidentes, poniéndonos el apelativo de “homófobos”, y a partir de ahí promueve legislaciones que nos persigan.
No estoy especulando: el proyecto de ley español de protección de los LGTBI liquida la presunción de inocencia y consagra la inversión de la prueba: cualquiera de nosotros puede ser acusado de transgredir la ley.
Y no será el acusador el que deba presentar las pruebas del “delito”, sino tendremos que ser nosotros quienes probemos que no hemos incurrido en homofobia; esto es un atentado a derechos democráticos fundamentales.
Antes de continuar, reafirmo que los evangélicos no somos homófobos, respetamos y amamos a los LGTBI, defendemos su dignidad y condenamos cualquier agresión contra ellos.
Y al mismo tiempo, distinguimos personas de ideas, rechazamos la conducta homosexual y levantamos nuestra voz contra el lobby que se apropia, se adueña de la representación de todo ese colectivo para establecer privilegios inaceptables en cualquier democracia.
(*) Serie sobre los “Efectos políticos de la Ideología de Género” adaptando al formato de artículos una ponencia del autor en el Congreso Regional por la Vida y la Familia en Santo Domingo, realizada el pasado 25/9/18