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Michelle Bolsonaro, mujer discreta de fuerte compromiso social y espiritual

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Michelle Bolsonaro

La primera dama de Brasil cada domingo asiste al culto de la Iglesia Batista Atitude, en la zona oeste de la capital fluminense, donde actúa como traductora para sordos.

Como primera dama Michelle Bolsonaro ha dado un discurso de agradecimiento en la toma de posesión de su marido como Presidente de Brasil, y lo ha hecho en lenguaje de señas, junto a una traductora que iba repitiendo en voz alta. «Agradezco a todo aquellos que mostraron solidaridad en los momentos difíciles que pasó mi esposo», dijo en referencia a los 23 días que pasó Bolsonaro en un Hospital tras ser apuñalado.

La decisión de la primera dama fue inédita y rompió con el guión establecido. Pero, ¿qué significa este gesto y quién es Michelle Bolsonaro?

Discreta y de fuertes convicciones religiosas como cristiana evangélica, la primera dama de Brasil, Michelle Bolsonaro, se ha mantenido siempre en un segundo plano, pero está dispuesta a atender «el mayor número posible» de programas sociales del Gobierno que desde hoy comanda su marido, el presidente Jair Bolsonaro.

Con pocas apariciones públicas, incluso durante la campaña electoral, Michelle de Paula Firmo Reinaldo, de 38 años, se ha mantenido alejada de la línea de frente de la política y comparte su tiempo entre el cuidado de sus dos hijas y las labores sociales que realiza en la iglesia evangélica que frecuenta.

Los amigos cercanos de la familia Bolsonaro aseguran que la «humildad» y su «vocación» para «extender la mano al prójimo» siempre han formado parte del día a día de la tercera esposa del ahora jefe de Estado, quien comenzó como vendedora en un supermercado en la periferia de la capital federal Brasilia.

Carácter “fuerte y sensible” de una mujer de fe

Michelle Bolsonaro, mujer discreta de fuerte compromiso social y espiritual

Fue en esa empobrecida ciudad donde Michelle escuchó su «llamado» para dedicarse a proyectos sociales y se convirtió a la fe en Jesús.

Incentivada por su madrastra, la nueva primera dama aprendió la lengua de signos, a la que dio gran visibilidad durante la campaña electoral, y se involucró en intensas labores para la visibilidad y la mejora de la calidad de vida de las personas con discapacidad.

El pastor evangélico Silas Malafaia, quien celebró la unión de la pareja, definió la primera dama como una esposa «simple, recatada» y a quien le gusta «trabajar entre bastidores»,

Sin embargo, tanto Malafaia como el círculo íntimo de la familia Bolsonaro garantiza que Michelle es una mujer «fuerte», «sensible», con «grandes virtudes» y de «pulso firme» cuando se trata de la educación de la pequeña Laura y de Leticia, su primera hija, de 16 años y fruto de una relación anterior.

Todos los domingos, actúa como traductora de los cultos evangélicos de la Iglesia Batista Atitude, en la zona oeste de la capital fluminense, para fieles sordos.

La futura primera dama brasileña, ya ha afirmado en Brasilia que a partir de enero quiere participar en «el mayor número posible de programas sociales» del Gobierno de su marido.

«Era algo que yo hacía antes de casarme con Jair. Tengo un llamado a la acción social. Es algo que Dios ha puesto en mi vida, en mi corazón», dijo Michelle Bolsonaro en declaraciones a los periodistas durante su primera visita a Brasilia desde las elecciones.

Una mujer luchadora

De cuna humilde, fue la primera de los tres hermanos en independizarse financieramente al conseguir trabajos como vendedora en un supermercado y pequeños servicios en una empresa de animación de fiestas infantiles.

Cuando tenía 27 años dio un paso adelante y logró un puesto en el Congreso como secretaria. Allí conoció en 2007 al diputado Jair Bolsonaro, 25 años mayor que ella, y quien se convertiría en su esposo.

Cautivado por su belleza y sencillez, Bolsonaro le ofreció un puesto en su gabinete personal y, pocos meses después, los dos contrajeron matrimonio. Del enlace, nació la pequeña Laura, de ocho años y la única niña entre los cinco hijos del excapitán.

Casada y fuera del mundo de la política, la primera dama dejó su humilde vivienda en las afueras de Brasilia para mudarse a la residencia de su marido en un barrio noble de Río de Janeiro, donde intensificó sus trabajos voluntarios en la iglesia y con personas con discapacidad.