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Ya no quedan excusas

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photo by Anneke Bolt

Lila de Argentina quería ir a un viaje misionero, pero siempre había alguna excusa por la cual no hacerlo. Luego se le dio la oportunidad de servir a refugiados en Grecia y África del Norte por dos meses y dio un paso de fe.

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Por cinco años, Lila R* de 28 años y oriunda de Buenos Aires, Argentina, había deseado ir a un viaje misionero de corto plazo.

Desde 2013, cada año se había puesto distintas metas. Una de ellas era el deseo de ir a un viaje misionero de corto plazo. Pero año tras año, encontraba excusas para no hacerlo: un cambio de trabajo, una mudanza, etc.

«El año pasado me dije: «Sí. Realmente quiero hacer esto. Este es el momento»», relata Lila.

«Al principio, no sabía dónde quería ir o en qué clase de ministerio quería participar. Entonces comencé evaluar distintas organizaciones, viajes misioneros y ministerios. Oré mucho. Finalmente, sentí que Dios puso en mi corazón el trabajo con los refugiados. No fue que un día me levanté y supe a ciencia cierta que eso era lo que se suponía que debía hacer. El proceso de comprensión fue gradual».

Lila ya conocía de Operación Movilización porque cuando era chica había visitado el Logos II en 1999. Cuando comenzó a investigar las distintas organizaciones misioneras, la gente de su iglesia le recomendó OM Argentina. «Muchas de las organizaciones que tenía en vista no sabían qué hacer con un voluntario de corto plazo, pero OM sí sabía. Y OM cuida de uno de desde un principio, ya sea en la búsqueda del viaje como en el regreso a casa. Te sentís como que te están cuidando en todo el proceso».

Entonces cuando Lila vio posibilidad de servir a refugiados con OM por dos meses en Grecia y el Norte de África, supo que esta era su oportunidad.photo by Anneke Bolt

Ir un mes a cada uno de estos países fue una posibilidad que le interesó a Lila porque ella quería conocer más sobre las necesidades y las historias de los refugiados en distintas partes del mundo, en distintos países y a través distintas clases ayuda humanitaria.

En Grecia, Lila dividió su tiempo entre varios campos de refugiados. Por la mañana, organizaba la ropa y las donaciones en uno de los campos. Por la tarde, iba a otro campo donde pasaba tiempo con las familias sirias que vivían en casas construidas con contenedores marítimos. Allí tomaba el té y conversaba con la familia y entablaba relaciones compartiendo historias, risas, deseos y sueños. Incluso tuvo la oportunidad de enseñarle inglés a las hijitas de la familia.

«Los refugiados me contaron que en su mayoría no querían dejar su país, pero que tuvieron que hacerlo a causa de la guerra. No tuvieron opción. Anhelaban una vida más tranquila y por eso lo dejaron todo atrás: sus familias, sus hogares, sus amigos, sus posesiones», reflexiona Lila. «Les es muy difícil. No entienden griego. Se ven obligados a pedir todo lo que necesitan para vivir y no pueden trabajar hasta tener sus documentos y abandonar el campo. Literalmente lo perdieron todo porque desearon un lugar seguro en el que vivir. No llego a comprender la situación del todo, porque nunca viví algo así. Pero…».

Lila hace una pausa. «Pero me pregunto si quizá esta sea la única forma en que en que oigan de Jesús. Si se hubiesen quedado en Turquía o en Siria, quizá nunca hubiesen oído de Jesús porque esos países están cerrados al Evangelio. Pero en Grecia, tienen mayores posibilidades de hacerlo. Quizá esta es la forma de que se encuentren con Jesús. Quizá este sea el modo en que Dios está utilizando la «crisis de los refugiados» para traer a los menos alcanzados hacia Él».

Lila no podía compartir el Evangelio abiertamente en los campos a menos que las personas le preguntasen de forma directa acerca de su fe. Pero lo bueno de dar testimonio del amor de Dios es que las palabras no siempre son necesarias. «A veces no es necesario hablar y compartir la Biblia, sino que podés mostrar tu amor a alguien pasando tiempo con ellos. Esa familia siempre nos esperaba e incluso nos enviaba mensajes para preguntarnos si íbamos a ir ese día. No tiene amigos fuera del campo de refugiados. Éramos las únicas personas del exterior que los visitaban. ¡Puede parecer algo muy pequeño, pero algo pequeño puede producir un gran cambio en una persona!»

«Un día, nos levantamos y fuimos al primero de los campos con una camioneta llena de donaciones, pero los refugiados habían bloqueado el ingreso en forma de protesta. Yo no lo podía comprender», recuerda Lila. «¿Por qué hacían algo así? Tenía tantas preguntas, pero me di cuenta que tal vez no comprendía del todo la realidad de lo que significa llevar la vida de un refugiado. Decidimos orar y luego nos fuimos a otro campo.»

«En el otro campo, nos recibieron con abrazos abiertos como siempre. Les dimos clases de inglés, pero, después de la clase, la familia nos pidió que nos sentásemos con ellos afuera del contenedor donde nos esperaba una cena especial que ellos nos prepararon. Nunca nos habíamos quedado a cenar porque siempre nos volvíamos temprano, pero, como el otro campo estaba cerrado, llegamos justo para el almuerzo.  La familia nos dio todo lo que tenían.

«No sé por qué el primer campo estaba cerrado ese día, pero Dios nos dio el regalo de compartir una comida en ellos. Fue como un abrazo. Les enseñábamos inglés, pero no pensamos que nos enseñasen algo. Sin embargo, cuando compartieron sus alimentos con nosotros, nos enseñaron cómo comerlos. Fue una experiencia muy linda poder estar del otro lado, aprender de ellos y de su cultura».

Fuera de los campos, Lila podía hablar libremente de su fe y comenzó a hacerse amiga de los refugiados que vivían en Atenas. Pudo compartir muchos almuerzos y cenas con ellos, en particular con dos mamás jóvenes. «Era la primera y única vez que pasaban tiempo con amigas adultas sin que sus hijos anduviesen dando vueltas. Como ellas ya no vivían en los campos, pudimos orar por ellas y compartirles nuestros testimonios», nos dice Lila. «Nos solían enviar mensajes de texto pidiendo que volviésemos a hacerlo».

Luego de un mes de ministerio en Grecia, Lila se fue a África del Norte, donde pasó las tardes en un Centro dando clases de gimnasia, inglés, estudios bíblicos y arte. Mientras estaba allí, Lila vio que había rasgos similares entre los refugiados que conoció en Europa y los refugiados sudaneses en África del Norte. «Ellos también dejaron todo: sus países, sus hogares, sus amigos y sus familias para huir del malestar, para trasladarse a un nuevo país y una nueva cultura y aprender un nuevo idioma. Pero la mayor diferencia», dice Lila, «es que pude compartir el Evangelio libremente con los refugiados sudaneses, porque ellos estaban en un Centro al que asistían por elección. Compartíamos historias de la Biblia y les daba algo para que meditasen diariamente.

Un día, Lila tuvo una conversación con una monja del Centro que nunca se olvidará. Esta moja era de Guatemala y ella era la única persona en ese lugar que hablaba español. Si bien Lila hablaba fluidamente inglés, su idioma nativo es el español. Entonces, todos los días hablaba con esta monja español. «Me alentaba diciéndome que tenía habilidades especiales y sensibilidad con los niños, y me preguntaba por qué solo hacía un viaje de corto plazo».

«Nunca pensé en hacer viajes misioneros de largo plazo», pensaba Lila. «Yo estaba preparada para apoyar a misioneros toda mi vida y para tener mi empleo en Argentina. Pero fue muy lindo oír que alguien a quién solo había conocido hacía tres semanas vía algo distinto en mí y que ella viese a Dios a través mío».

Ahora Lila está de vuelta en Argentina. Ella está trabajando en el negocio de su padre y está esperando que Dios dirija sus próximos pasos. «Generalmente tengo un plan, pero esta vez no es así. No sé si me voy a quedar aquí o si me voy a ir a vivir a otro país. En este viaje, Dios me enseñó a ser paciente. Renovó mis esperanzas. Estaba muy, muy triste al comienzo del viaje, porque gran parte de mi vida había cambiado en un plazo muy corto. Pero Dios me dijo: “Estate tranquila, Yo estoy aquí contigo. Te voy a dar planes nuevos y nuevos sueños”. Nunca fui tan feliz como cuando estuve en Grecia o en África del Norte».

«Fuimos creados para ayudar a otros y para compartir el amor de Jesús. Cuando lo hago, me siento completa. Este viaje me redireccionó. Dejé de pedirle cosas a Dios y comencé a darle gracias por las cosas que ya tengo y por las cosas que Él me dará a futuro; aun cuando no las vea ahora. Eso es lo que significa tener fe».

En cuanto a si volvería o no a Grecia o África del Norte, Lila no lo sabe. «Pero incluso ahora que estoy en Argentina, sigo intercambiando mensajes con las mujeres que conocí en Atenas, lo cual es un gran regalo. Hoy incluso tuve noticias de “mi familia” en el campo de refugiados. Me pedían que volviese a Grecia. No tengo una respuesta a eso, pero doy gracias a Dios que tengo acceso a internet para mantenerme en contacto con ellos».

El ministerio de Lila (y su impacto) continúa aun cuando su viaje misionero ha concluido. La verdad es que, ya sea en el extranjero o en su propio país, Lila, como muchos otros seguidores de Cristo, siempre están en el campo misionero. Después de todo, es como ella misma dijo: «Fuimos creados para ayudar a otros y compartir el amor de Jesús».

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*El nombre ha sido acortado por razones de seguridad.