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Obispos llaman a hacer más para frenar el crimen de la trata de personas

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La Comisión Episcopal de Migrantes e Itinerantes se une a la Jornada Mundial de Oración por las víctimas de la trata y tráfico de personas, exhortando a luchar por una sociedad sin esclavos.

La Comisión Episcopal de Migrantes e Itinerantes (CEMI) se unió a la Jornada Mundial de Oración por las víctimas de la trata y tráfico de personas, del próximo 8 de febrero, exhortando a levantar la voz y luchar por «una sociedad sin esclavos ni excluidos en la que se reconozca y se respete la dignidad y la libertad de todos y de cada uno».

«Lamentablemente, el vergonzoso e intolerable crimen de la trata de personas daña seriamente la vida de muchísima gente. Este tiempo de aislamiento por la pandemia, agudiza este delito y lo hace más visible e insostenible en tantos rostros de hermanos que cada día vemos sufrir y padecer al lado nuestro», advirtió en un comunicado.

Tras destacar el «gran trabajo silencioso» de organizaciones y congregaciones religiosas para dar respuestas evangélicas a los excluidos, consideró que se requiere mucho más para poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana, por lo que exhortó al Estado a «cuidar y proteger la vida, y eliminar toda forma de servidumbre o trata y explotación de personas, que no deje espacio a la corrupción y a la impunidad».

La CEMI llamó a mirar con los ojos de la Virgen María este tiempo de pandemia, al pedirle a Ella que «enseñe a ser artífices de solidaridad, de fraternidad y de amistad social».

«Que sepamos dar respuestas generosas y adecuadas, y ayudemos a reanudar con ánimo el camino que nos lleve a construir una sociedad sin esclavos ni excluidos», concluyó.

Texto del comunicado
Nos convocamos para unir nuestras oraciones y nuestras voces por las víctimas de la trata y tráfico de personas. Rezamos y luchamos por una sociedad sin esclavos ni excluidos en la que se reconozca y se respete la dignidad y la libertad de todos y de cada uno.

Lamentablemente, el vergonzoso e intolerable crimen de la trata de personas daña seriamente la vida de muchísima gente. Este tiempo de aislamiento por la pandemia, agudiza este delito y lo hace más visible e insostenible en tantos rostros de hermanos que cada día vemos sufrir y padecer al lado nuestro.

Estos rostros de excluidos son muchos y dolorosos. Hay miles de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones de verdadera y penosa esclavitud.

Conocemos el drama de migrantes que se ven obligados a vivir en la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos, económicos. Muchos de ellos son los más vulnerables ya que, con el fin de poder ganarse un pedazo de pan, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, habiendo caído en manos de redes criminales y corruptas que trafican con los seres humanos.

Ante esta tragedia, existen muchas personas que hacen un gran trabajo silencioso: congregaciones religiosas, especialmente femeninas, organizaciones eclesiales y civiles, y tantos voluntarios que realizan un generoso servicio de ayuda a las víctimas y a  los más pobres, desde hace muchos años. Asistencia, rehabilitación, reinserción, promoción, acompañamiento, son las respuestas evangélicas en favor de estos excluidos.

Este incansable y silencioso trabajo, que requiere coraje, paciencia y perseverancia, por sí solo no es suficiente para poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana. Se requiere también de un gran compromiso a nivel institucional. El Estado debe cuidar y proteger la vida, debe eliminar toda forma de servidumbre o trata y explotación de personas, que no deje espacio a la corrupción y a la impunidad.

Este tiempo de pandemia es tiempo de mirar con los ojos de la Virgen. Una mujer de esperanza. Cuando una espada le atravesó el corazón, se quedó de pie, junto a la cruz, junto a su Hijo. Creyó contra toda esperanza. Por eso fue elegida y nació para ser Madre. Madre de Dios y Madre nuestra, compañera de camino y discípula de Jesús, cuidadora de nuestras vidas, auxiliadora de la humanidad.

Le pedimos a Ella que nos enseñe a ser artífices de solidaridad, de fraternidad y de amistad social. Que sepamos dar respuestas generosas y adecuadas, y ayudemos a reanudar con ánimo el camino que nos lleve a construir una sociedad sin esclavos ni excluidos.