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ACDE, 65 años y una misión más actual que nunca

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ACDE -Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa- cumple 65 años. En 1952 un grupo de empresarios muy comprometidos con el país, e imbuidos de sólidos valores cristianos, la crearon con el propósito de promover un ambiente en el cual la actividad empresarial pudiera desenvolverse exitosa y sustentablemente, honrando a la vez la dignidad de cada persona vinculada a la empresa.

Liderados por Enrique Shaw –su primer presidente y, hasta el momento, el único dirigente empresarial en el mundo en proceso de canonización- ACDE empezó a ayudar a quienes desearan actuar en el mundo de la empresa siendo fieles a sus convicciones y valores. Actividades de formación, acompañamiento y consejo, elaboración y divulgación de contenidos en foros y seminarios, debates de ideas, aportes para la elaboración de normas son algunas de las muchas herramientas que se usan para cumplir el loable propósito.

Transcurrieron seis décadas y media y en Argentina predomina hoy un sentimiento de esperanza. Una sensación de estar frente a una gran oportunidad de encauzar finalmente al país en una senda que permita promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad, mencionados en el preámbulo de la Constitución Nacional.

Pero no es una convicción cándida. Somos conscientes de que en nuestra historia hemos desperdiciado más de una gran oportunidad y nos inquieta que vuelva a ocurrir. Sabemos que los desafíos son enormes y demandarán un esfuerzo prolongado del conjunto de la sociedad.

Es imperante integrar al tercio de la población que hoy padece las penurias de vivir debajo de la línea de pobreza. Esta situación, absolutamente inaceptable en un país tan abundante en recursos como el nuestro, es la muestra más cabal de los fracasos que venimos sumando desde hace décadas. Si conseguimos crear las condiciones para que se incorpore ese segmento de la población a actividades productivas formales y competitivas, no solamente habremos solucionado una terrible injusticia moral, sino que además promoveremos un formidable motor adicional de desarrollo.

Hemos de trabajar para dejar de ser uno de los países económicamente más aislados de los mercados internacionales, integrándonos a un mundo al que le podemos aportar no solamente nuestra producción agroindustrial, minera y energética, sino también la creatividad y el talento de nuestra población transformada en productos y servicios, nuestra rica cultura y paisajes a través del turismo receptivo, nuestro sol, vientos y biomasa convertidos en energías limpias, por señalar solamente algunas áreas.

Anticipémonos y preparémonos para que los cambios tecnológicos que llegan cada vez a mayor velocidad, y que están modificando las formas de trabajar y de relacionarnos en todo el planeta, se conviertan en herramientas que nos permitan acelerar las transformaciones en educación y competitividad que sabemos imprescindibles.

Estos son parte de los complejos y fascinantes desafíos que enfrenta Argentina, y sobre los que tuvimos oportunidad de reflexionar y generar propuestas durante el Vigésimo Encuentro Anual de ACDE en junio pasado. Quedó allí también claro que son desafíos que exceden la capacidad de un individuo, un sector o un partido político. Solamente los podremos superar si actuamos como una sociedad unida, que quiera ser Nación, que comparta un proyecto común, nutrida de visiones diferentes que enriquecen el diálogo pero que, al final del día, privilegie el bien de todos por sobre los intereses individuales o sectoriales.

Pero hay un desafío aún mayor: el del cambio cultural, sin el cual ningún logro podrá perdurar. Nuestra decadencia como país se explica fundamentalmente por una profunda crisis de valores, sobre todo en nuestras dirigencias políticas, empresariales, sindicales, profesionales. Ninguna de ellas es ajena. Los cambios que realicemos deben estar asentados sobre una base sólida; una base de valores que se traduzcan en conductas sociales e individuales virtuosas.

Honestidad, transparencia, verdad, solidaridad, generosidad son cimientos sobre los que tenemos que construir nuestro proyecto de país. Es sobre ellos que se tienen que asentar la competitividad y la eficiencia, para que éstas no terminen siendo meros espejismos que desaparecen ante la primera dificultad.

A la luz de los antecedentes algunos pueden pensar que esto es una utopía irrealizable. Sin embargo, en ACDE no solamente creemos que es posible, sino que estamos abocados a trabajar para promover esos valores y las conductas virtuosas que de ellos derivan. Lo hacemos primordialmente en el ámbito de la actividad empresarial, que es nuestra esfera natural de acción, pero incidiendo desde allí en el resto de la sociedad. Y lo hacemos con la convicción de que es un esfuerzo imprescindible y con la confianza de que Dios nos guiará en esta compleja y apasionante misión. Una misión que tiene tanta o más vigencia y urgencia que cuando hace 65 años un grupo de empresarios comprometidos con el desarrollo del país iniciaba la aventura de ACDE. Aventura que continúa y a la que los invito a sumarse.