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La fe mueve montañas para personas sin hogar en Los Ángeles

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Resolver el problema de estas personas requiere algo más que viviendas. Las iglesias juegan un rol significativo en atender la situación.

A principios de este verano, los resultados del Conteo de Personas Sin Hogar del Gran Los Ángeles 2023 mostraron un aumento del 10%. Esto ha ocurrido a pesar de que el estado de California ha gastado más de 17 mil millones de dólares para combatir la falta de vivienda entre 2018 y 2022. 

Los esfuerzos de financiamiento público en California a menudo se han centrado en soluciones a corto plazo en lugar de abordar las causas más profundas de la falta de vivienda. Los refugios de emergencia y las opciones de vivienda temporal son necesarias para el alivio inmediato, pero no proporcionan un camino sostenible para salir del ciclo de desesperanza.

Aunque el aumento del financiamiento público suele ser crucial, es igualmente importante reconocer el papel que pueden desempeñar las personas de fe a la hora de abordar el problema. A través de valores como la compasión, el amor y la empatía -que son centrales en las enseñanzas de Jesús- hay una mejor actitud para proporcionar soluciones a largo plazo que trascienden el mero apoyo financiero.

Las comunidades religiosas entienden que la falta de vivienda no es sólo un problema físico, sino un complejo entramado de problemas personales, sociales y económicos. Al reconocer la dignidad inherente a todo ser humano, las personas de fe pueden crear un entorno de compasión, fomentando la creencia de que todo el mundo merece apoyo y una oportunidad para reconstruir su vida.

Tal es el caso del Programa de Viviendas de Transición del Dream Center para familias y jóvenes en acogida, donde no sólo proporcionan habitaciones amuebladas, tres comidas al día, artículos de aseo y ropa, sino también ofrecen asesoramiento y habilidades sociales para ayudarles a vivir la vida de forma más independiente.

Los residentes también tienen acceso a oportunidades educativas y profesionales y la oportunidad de entablar relaciones significativas con una comunidad solidaria. Proporcionan clases de preparación para el empleo, de elaboración de presupuestos e incluso tutorías para obtener el título de bachillerato. 

Jillian, es una persona sin hogar que ha acudido al programa más de una vez en busca de ayuda. Ella ingresó en el sistema de acogida con sólo 3 meses de edad. Fue adoptada a los 5 años, pero de los 3 a los 14 sufrió malos tratos. 

“A causa de estos abusos”, expica Jillian, “pasé mi adolescencia buscando pertenencia y amor, sobre todo en lugares y personas con las que no debía. Experimenté la drogadicción, violaciones y diversos tipos de abusos por parte de mucha gente”.

Al final de su adolescencia, tuvo su propio apartamento durante dos años, poco después de dar a luz a su hija. Pero entonces llegó la crisis del COVID-19, y su estancia en el sistema de acogida terminó al mismo tiempo. “Me volví económicamente inestable”, añade Jillian. Además de sufrir malos tratos por parte de su ex pareja, se quedó sin ayuda externa ni familia. La depresión y la ansiedad se apoderaron de ella y empezó a apartar a todo el mundo de su vida. 

Luego de intentar vivir en su auto, pudo por fin encontrar refugio, e incluso pudo continuar sus estudios universitarios. “Me siento más que agradecida por tener seguridad para mí y para mi hija”, asegura, “y tengo un gran sistema de apoyo mientras proceso mis batallas internas”.

Lamentablemente, la situación de Jillian no es única. A los 18 meses de independizarse, casi el 50% de los jóvenes que han estado en hogares de acogida se quedan sin hogar.

El problema de fondo no es la falta de vivienda, sino la desesperanza.

Ninguna cantidad de fondos, recursos, habilidades o talentos puede contrarrestar la necesidad fundamental de comprender que se es amado, y que la vida tiene un propósito. La restauración y la transformación son elementos no negociables en la búsqueda de una solución permanente al problema de las personas sin hogar.

Las comunidades de fe tienen la capacidad de movilizar a sus congregaciones hacia una acción significativa. Aprovechando la generosidad inherente y la buena voluntad de los feligreses, se crea una corriente de apoyo que se extiende más allá de las paredes del lugar de culto.