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Crónica de los nómadas en la guerra

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«Aquí no ha venido nadie. Es la primera vez que me preguntan cómo estoy», confiesa Fadimatou. ¿Qué sucede cuando la guerra afecta a comunidades nómadas? Que no pueden moverse. Que se quedan atrapadas. Como cuenta Fadimatou, sucede que no se siente aún segura para volver a casa, que está en un campo donde apenas llega la ayuda.

Hoy te contamos la historia de nómadas en República Centroafricana cuyas vidas han cambiado a causa de la guerra. No importa que sea en lugares remotos: en Médicos Sin Fronteras asistimos a la población desplazada en este país olvidado de África.

Intentamos llegar a las comunidades más vulnerables. Y, con tu aportación, podemos  ayudarlas.

EL LIMBO CENTROAFRICANO:Nómadas

Las personas refugiadas, normalmente, no son nómadas; se ven obligadas a moverse, no están acostumbradas a huir. Pero ¿qué pasa cuando la guerra afecta a los nómadas, como a los peuls de República Centroafricana?

Que se quedan parados.

Zara Abu Bakr –pañuelo azul oscuro, sonrisa permanente mientras pasea por la ciudad, por el centro de salud de MSF, por el campo de desplazados– llegó aquí, al norte de RCA, en 2014.

—Nos atacaron en Bangui y nos metimos todos en una mezquita que fue protegida por la misión de la ONU.

Estuvieron allí cuatro días, hasta que Zara logró meterse en un convoy rumbo al norte, como buena parte de la población musulmana.

—Por el camino, los anti-Balaka nos lanzaron una granada y mataron a cuatro personas. También había peuls, nómadas, que no huían en convoyes, sino en solitario, porque pretendían escapar con el ganado. Pero los mataron por el camino.

Zara llegó con sus tres hijos y su marido a este punto del norte centroafricano pegado a la frontera con Chad. Desde entonces, no se mueven.

—Sí, somos nómadas, nos desplazamos con el ganado, con las vacas, pero ahora no tenemos nada, el ganado huyó con la guerra. Antes nos movíamos con el ganado hacia donde había comida para ellos. Ahora ya no tiene sentido que nos movamos.

La casa provisional de Abdulá Yamsa, líder de uno de los campos cercanos a la frontera con Chad (© Anna Surinyach).

Son palabras que repite, casi punto por punto, Fadimatou Bouba, de 48 años. Está sentada sobre leña en un campo que se llama “de la paz”, rodeada de compañeras. Tiene ocho hijos. Su marido murió antes de la guerra. Ella también huyó en 2014, a Chad, y después se reubicó aquí.

—Aquí tenemos vivienda gratuita, pero no hay comida. Vamos a recoger leña al bosque —explica.

¿Quiénes?

—¡Todas! —gritan las mujeres.

—Ancianas y niñas también —dice Fadimatou—. No me muevo de aquí porque no tengo medios para hacerlo. Antes vivíamos muy bien, con nuestro ganado; ahora no sabemos qué hacer. Hay una gran diferencia entre nuestra vida de antes y la de ahora. Somos nómadas, pero estamos aquí bloqueados. No estamos acostumbrados a esto.

Fadimatou Bouba vive en un campamento en condiciones precarias, en el norte de RCA (© Anna Surinyach).

No importa el paso del tiempo: aún no se sienten seguras para volver a casa, porque las hostilidades continúan aunque no sea una guerra abierta.

No importa el paso del tiempo: siguen olvidadas.

—¿Que si ha venido alguien? Aquí no ha venido nadie. Es la primera vez que me preguntan cómo estoy —dice Fadimatou.