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Abrazar a tu hijo muerto, 36 años después…

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Victor Bugge-Secretaria DDHH, Presidencia Argentina

Familiares de los caídos en la Guerra de las Malvinas pueden, por fin, llorar ante sus tumbas

Como si no hubiesen pasado 36 años de que lo vio por última vez, la madre llegó al cementerio y se preguntó en voz alta: dónde estás hijo mío. Esta vez, a diferencia de lo que la historia con muchísima dignidad había logrado rotular, sobre la cruz ya se leía su nombre. Más digno aún. 214 padres, madres, hermanos, allegados de 90 combatientes argentinos de la guerra de Malvinas (1982) visitaron recién las Islas Malvinas en un viaje relámpago para estar por primera vez, con certeza, junto a la tumba de su ser querido.

Lloraron aliviados, como depositando el dolor allí ante la cruz de su amado caído, que hasta entonces llevaba el epitafio “soldado argentino solo conocido por Dios”.

Cayeron, se abrazaron, se arrodillaron como para sentir estar más cerca, rezaron por primera vez ante el hijo ese rosario que tantas veces rezaron para que vuelva, decoraron la blanca cruz arropándola con rosarios, fotos, abrigos; lloraron como si finalmente tras años de espera les confirmasen la muerte de aquel hijo, hermano, esposo que despidieron rumbo a la guerra. Para el país, pese a que el olvido indique lo contrario, son héroes. Pero sus familias lucen tan frágiles derramando las lágrimas que recién ahora se les ayudó a derramar

CEMETERY

Victor Bugge-Secretaria DDHH, Presidencia Argentina

Tras una tarea humanitaria sin precedentes ejecutada por la Cruz Roja Internacional, gracias a los buenos oficios de una periodista, un ex combatiente argentino, un oficial retirado británico, el músico Roger Waters, y los gobiernos de Argentina y el Reino Unido, los cuerpos de 90 argentinos pudieron ser identificados en el Cementerio de Darwin, donde yacían con mucha dignidad bajo el epitafio: “Soldado argentino solo conocido por Dios”.

Fue un viaje de pocas horas, que se inició en la madrugada argentina desde Buenos Aires, para arribar tres horas después al aeropuerto militar de Mount Pleasant. Acompañaban a los familiares médicos, psicólogos, un obispo, autoridades del gobierno y de la embajada británica en Buenos Aires, periodistas, y Geoffrey Cardozo, británico, y Julio Aro, argentino, los hacedores de esta proeza. También miembros de la Corporación América, empresa que financió el viaje.

Al arribar a las Islas, el contingente fue inmediatamente llevado al cementerio de Darwin, que el mismo Cardozo había mandado a construir para cobijar los cuerpos de los argentinos que fue hallando en 1982, cuando llegó a las islas para trabajar con la adaptación post-guerra de los británicos.

CEMETERY

Victor Bugge-Secretaria DDHH, Presidencia Argentina

Al aproximarse al cementerio, una inmensa cruz blanca anuncia desde la distancia que a su pie hay decenas de pequeñas cruces blancas consignando 230 tumbas. Un sencillo cerco de madera pintada de blanco limita el espacio en la llanura apenas quebrada por alguna ocasional sierra.

Varias tumbas, ahora 90 más, indican la identidad de los que allí yacen. Otras conservan el bellísimo epitafio, no más de 40. Lo hacen o porque el cuerpo no tenía elementos para ser identificado, o porque la familia ha preferido aún, en todo derecho en su vivencia del dolor, no prestar las muestras genéticas para cotejar la información.

Acompañó el contingente una imagen de la Virgen del Luján, que estuvo en la ceremonia religiosa presidida por el obispo auxiliar de Buenos Aires monseñor Enrique Eguía Seguí, acompañada con honores por gaiteros británicos. La Virgen visitará las familias que no han podido viajar a las islas en esta ocasión. Todas sienten un alivio que no borra el dolor, pero que da consuelo. Comparten con Dios el saber donde yace su ser querido.