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Conoce a Hee-Yol, una cristiana víctima de la trata de personas y ex prisionera norcoreana

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Actualmente la cristiana Hee-Yol trabaja en costura y estudia psicología.

Viéndola hoy, nadie diría que es una «desertora» norcoreana que ha sufrido todo tipo de abusos

Cualquier cristiano, en cualquier lugar de Corea del Norte, es extremadamente vulnerable a la persecución. El control de las autoridades norcoreanas va más allá de las fronteras: Los agentes secretos en China tienen la tarea de encontrar y secuestrar a los cristianos norcoreanos que han huido del país con el objetivo de llevarlos de regreso. Puertas Abiertas tuvo la oportunidad de conocer de cerca el testimonio de Hee-Yol. A continuación, conoce su historia. 

Cuando estaba a punto de casarse, en los años 90, comenzó la Gran Hambruna en Corea del Norte, época conocida por los norcoreanos como la Marcha Ardua: «Conocí a un campesino y nos casamos. Nuestra vida de recién casados estaba llena de preocupaciones por la falta de comida. En ese momento, todo el país se enfrentaba a una crisis sin precedentes. Muchas personas murieron de hambre«. 

Diez años después de la Marcha Ardua, la familia estaba completamente arruinada. «Teníamos nueve personas en la casa. Y yo estaba a cargo de la cocina. Era muy difícil alimentar a todos«. En busca de comida y de una forma de mantener a su familia, con falsas promesas de trabajo un vecino Hee-Yol tomó sus pertenencias y partió hacia China, dejando atrás a su marido y a sus hijos. «Me atreví a cruzar el río Tumen, donde las armas apuntaban a los fugitivos«.

Sin embargo, no había ningún restaurante esperando a Hee-Yol cuando llegó a ChinaEn cambio, fue vendida a un chino con problemas mentales. «Fui víctima de la trata de personas. No estaba allí para casarme. Me fui a China para trabajar y mantener a mi familia. Mi nueva vida era simplemente miserable. Intenté escapar dos veces y me atraparon. La tercera vez tuve la ayuda de algunos amigos y por fin conseguí huir«, recuerda. 

Una coreana-china ayudó a Hee-Yol a escapar a otra ciudad, la dejó quedarse por un tiempo en su casa y le presentó el cristianismo. Sin represalias Hee-Yol aceptó la invitación a la iglesia. Durante años, Hee-Yol permaneció en China, profundizando su comunión con otros cristianos y en su amor por el Señor. Trabajaba en una cafetería, estudiaba la Biblia, cantaba canciones de alabanza y bailaba en la adoración. «Me aferré a Dios con gran pasión en aquel momento. Fueron buenos tiempos», dice. 

Cuando Hee-Yol se estaba convirtiendo en una cristiana madura vivió una pesadilla, la policía china hizo una redada en la empresa para la que trabajaba la cristiana. Le exigieron mostrar su documento de identidad y al descubrir que no tenía uno, la llevaron a la comisaría local para comprobar que era china y contra su voluntad la enviaron de vuelta a Corea del Norte. Sus compañeros de iglesia en China intentaron ayudarla, pero no pudieron hacer mucho. 

De vuelta a su país, Hee-Yol fue enviada a un centro de detención durante diez días. A continuación, la cristiana fue enviada durante todo un invierno a otra prisión, donde las paredes eran negras y la única calefacción era una fina manta que la separaba del suelo.

«La pequeña celda era subterránea, sin luz solar. Tenía ocho prisioneros más, me picaban demasiado las orejas y cuando me las rascaba se me hinchaban y ennegrecían. Dormí solo sobre mi lado izquierdo durante unos cuatro meses en todo el invierno. Fue muy difícil de soportar. Tuve que soportar temperaturas de entre 20 y 30 grados bajo cero, hambre y frío. Se me congelaba el cuerpo«, dice.

«La comida no era adecuada ni siquiera para la alimentación animal: salvado de maíz, rábano fermentado durante años, sopa de arroz y agua sazonada con sal. Tenía hambre todo el tiempo. Mi esposo consiguió visitarme 2 veces en esta cárcel. Me alegré mucho de verlo después de varios años, pero me alegré aún más al ver la comida que había traído». 

Mientras estaba en prisión, Hee-Yol se enfrentó a un juicio y fue condenada a cuatro años de cárcel. «Entré en la celda y grité con toda mi voz a Dios: ¡Por favor, sálvame de aquí! ’.” En la primavera siguiente, fue trasladada a otra prisión para cumplir su condena de cuatro años. Fue peor de lo que esperaba. 

«En Corea del Norte, se entregan recibos cuando se venden animales, como cerdos o ganado. Cuando nos arrestan, después del juicio, perdemos nuestra ciudadanía y nos convertimos en animales. Cuando fui a la cárcel, recuerdo que sellé el recibo con mi huella dactilar y pensé: Ahora soy un animal. 

Aunque fue condenada a cuatro años de prisión, Dios respondió a las oraciones de la cristiana y fue liberada dos años antes. No fue fácil para Hee-Yol adaptarse nuevamente a la vida en Corea del Norte. «Hacía seis años que no veía a mi familia. Me sentí muy mal. Mis hijos tenían tres y cinco años cuando me fui. Ahora tenían nueve y doce años. Los niños me veían como a un extraño. Mi hijo pequeño no se acordaba de mí porque sólo tenía tres años cuando me fui. Aunque mi familia permaneció unida, todos nos sentimos muy extraños, y yo estaba muy sensible y nerviosa. No fue un reencuentro feliz«. 

Fuera de la cárcel y de vuelta a la vida norcoreana, Hee-Yol aún tenía que mantener su fe en secreto. «No era posible expresar mi fe, tenía que orar a solas», dice. Se quedó en casa durante tres años, pero una vez que experimentas la libertad, ya no consigues vivir en Corea del Norte. Entonces Hee-Yol decidió huir de nuevo, esta vez a Corea del Sur, cruzando el río Tumen: “Me escondí en las montañas durante 15 días. Tuve que subirme a un árbol durante el día para esconderme de los agentes de seguridad de la frontera. Por la noche, me escondía en una cabaña donde no podía dormir. Después de cruzar dos fronteras en el sudeste asiático, llegué sana y salva a Corea del Sur con la ayuda de Dios». 

Actualmente, la cristiana se encuentra en Corea del Sur, trabaja como costurera y estudia psicología. Alegre nos comparte su libertad para adorar y exaltar el nombre de Jesus. Intercede por cristianos que como Hee-Yol se enfrentan a situaciones difíciles y abusos en países extremistas. Mirando hacia atrás, Hee-Yol concluye: “En el momento más difícil de mi vida, encontré a Dios en medio del sufrimiento”.