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No a las guerras de religión: el arzobispo y el imán que realizan lo que tantos soñamos

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No hay nada que pueda interponerse entre dos seres humanos que desean entenderse

En noviembre de 2015, el papa Francisco acudía a la República Centroafricana de Bangui para inaugurar el Año de la Misericordia. Un lugar sacudido por la violencia de grupos armados (selekas y antibalakas), la corrupción, la extrema pobreza y los intereses geopolíticos. Donde la población, cristiana o musulmana, ha sido esquilmada, asesinada, violada. Un lugar donde sus líderes han alzado la voz para denunciar el uso ideológico de Dios. Arriesgando la vida a diario para decir: “no es una guerra de religión”.

Hace pocas semanas, los misioneros combonianos otorgaron el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2016 al cardenal arzobispo de Bangui, Dieudonné Nzapalainga y al imán Oumar Kobine Layama, del Consejo Islámico de Centroáfrica.

El motivo: una amistad profunda que les ha llevado a donar sus vidas en favor del otro y su comunidad. De hecho han sido amenazados de muerte por creer y testimoniar una nueva humanidad que mira y abraza al ser humano como un don sagrado, por encima de sus orígenes, contexto y creencias.

Ambos, en su viaje a España, recabaron en varias diócesis donde pudo apreciarse que el diálogo entre religiones no es una teoría para católicos bien intencionados. No es una propuesta solamente apoyada por la Iglesia católica. Tampoco es una postura estética, más o menos aceptada.

Si fuera así, carecería del valor que posee la vida, entendida como don. Porque el diálogo exige actos concretos. Ser testigos desde la fe. Y cobra carne en la mirada del otro, en quien vemos el rostro vivo de Cristo.

El testimonio que ofrecen el cardenal Dieudonné y el imán Kobine es elocuente. Es rotundo. Desmonta cualquier visión ideológica de la religión, entendida como obstáculo, como problema, como prejuicio al entendimiento. Una visión alimentada por ideologías modernas y fragmentadas, que relegan a las religiones a la esfera privada e individual. Exiliándolas del mundo y sus desafíos.

No puede negarse que la amistad entre ambos ha sido guiada por un deseo profundo de buscar el camino de la paz desde una afirmación rotunda en el “yo creo”.

A lo largo de casi veinte años de trabajo y experiencia con el islam y los musulmanes, he podido experimentar que no hay nada que pueda interponerse entre dos seres humanos que desean entenderse, poniendo a disposición del otro lo mejor de ellos mismos, sin renunciar a la propia identidad.

Es desde esa identidad propia que se hace necesario de caminar juntos, haciendo del diálogo una experiencia de vida.

Todos, pero especialmente los creyentes, tenemos el reto de compartir el bien que se nos ha regalado. De no dejar que algo tan propio, tan consustancial a la experiencia de Dios, se convierta en un atributo más, en una propuesta más, en una ideología más, que sobrevive, a duras penas, en una contemporaneidad mediatizada por una mentalidad relativista.

Los creyentes sólo podremos dar razón de nuestra fe si somos capaces de marcar la diferencia. Como creyentes en constante formación, la Iglesia nos está mostrando con numerosos gestos la importancia de no dejarnos vencer por prejuicios.

Buscar caminos hacia el otro significa reconocer en él su capacidad de construir con nosotros el presente en que vivimos y optar por no conformarnos con la división que generan las ideologías. Rechazar la manipulación interesada de Dios.

Los cristianos tenemos la gran responsabilidad de ser rostro vivo de Cristo en el mundo. Y esto entraña una gran responsabilidad, una necesaria coherencia por nuestra parte, de la que en muchas ocasiones no somos conscientes.

No caemos en la cuenta de que los musulmanes conocerán de nuestra religión aquello que les mostremos con nuestro trato y nuestro ejemplo.

Pero también se trata de un desafío colectivo, civilizatorio. Porque la presencia del islam en sociedades de mayoría no islámica es un hecho desde hace décadas que debe  atenderse con la importancia que merece. Pretender una Europa sin musulmanes en un mundo poscolonial y globalizado es un planteamiento obsoleto.

El reto para los musulmanes tampoco es sencillo. Para ello, es necesario que se abran a la reciprocidad y a la libertad de conciencia como valores positivos. Y, especialmente un intenso trabajo por desvincular el islam de toda corriente o acto violento.